Hablar de diálogo de saberes suena bien, pero no es suficiente. Incluso si los conocimientos indígenas y el conocimiento occidental pudiesen dialogar en condiciones de igualdad formal, el diálogo solo mostraría coexistencia. Y la interculturalidad epistémica no es coexistencia, sino contradicción.
En efecto, los saberes no se suman como piezas que encajan. Cada uno tiene lógicas, finalidades y criterios de validación propios. Solo una perspectiva dialéctica puede visibilizar esas diferencias sin diluirlas y mostrar cómo se enfrentan, cómo se tensionan, cómo se transforman mutuamente.
La dialéctica de saberes evidenciaría que no hay un equilibrio amable, sino un choque. Y en ese choque radica la posibilidad de crear nuevas formas de conocer. No se trata de juntar explicaciones indígenas con explicaciones científicas en una suma integradora. Se trata de reconocer que cada explicación está en contradicción con la otra, y que de esa tensión pueden, quizá, surgir epistemologías distintas, más justas y situadas.
Por eso, no habrá interculturalidad epistémica sin dialéctica. Porque solo la dialéctica desnuda el conflicto y abre la puerta a la transformación.
