Hace unos días puse un link en facebook sobre la guerra en Siria y se me dijo que estaba publicando una noticia de un medio que le hace propaganda a los rusos. Debo decir, que con Siria pienso que todos los que están ahí metidos son igualmente detestables, como lo es también Assad. Pero no es de eso que quiero hablar sino de los medios de comunicación. No existe ningún medio neutral, solo informativo, todos están al servicio de alguien. Quien mejor que Bourdieu para explicárnolso.
BOURDIEU, PIERRE, ¨La influencia del periodismo¨, en Causas y azares, n°3, primavera 1995, págs. 55-64.
El objeto aquí no es el «poder de los periodistas» y menos aun el periodismo como ¨cuarto poder¨ sino la influencia ejercida por los mecanismos de un campo periodístico cada vez más sumiso frente a las exigencias del mercado (de lectores y anunciantes) primeramente sobre los periodistas (y los intelectuales-periodistas) y luego, y en parte a través de ellos, sobre los diferentes campos de producción cultural el campo jurídico, el campo literario, el campo artístico, el campo científico. Se trata, entonces, de examinar de qué modo la determinación estructural que pesa sobre este campo -dominado a su vez por las determinaciones del mercado- modifica más o menos profundamente las relaciones de fuerza en el interior de los diferentes campos afectando lo que allí se hace y se produce y ejerciendo efectos muy similares en estos universos fenoménicos tan dispares. Todo ello sin caer en uno u otro de los dos errores opuestos: la ilusión del nunca visto y la ilusión del siempre igual.
La influencia que el campo periodístico y, a través de él, la lógica del mercado ejerce sobre los campos de producción cultura¡, aun sobre los más autónomos, no tiene nada de novedad radical: se podría componer fácilmente, con textos tomados de escritores del siglo pasado, un cuadro absolutamente realista de los efectos más generales producidos por ella en el ámbito de estos universos protegidos. [1] Pero hay que tener cuidado de no ignorar la especificidad de la situación actual que, más allá de las coincidencias resultantes del efecto de la homología, presenta características relativamente sin precedentes: los efectos producidos por el desarrollo de la televisión sobre el campo periodístico y, a través de él, sobre todos los otros campos de producción cultural son incomparablemente más importantes en su intensidad y amplitud que los provocados por la aparición de la literatura industrial, con la prensa masiva y el folletín, y que suscitaron entre los escritores las reacciones de indignación o de rebelión de las que, según Raymond Williams, surgieron las definiciones modernas de la «cultura».
El campo periodístico impone sobre los diferentes campos de producción cultural un conjunto de efectos que se hallan ligados en su forma y su eficacia a su propia estructura, es decir, a la distribución de los diferentes diarios y periodistas según su autonomía en relación con las fuerzas externas del mercado de los lectores y del mercado de los anunciantes. El grado de autonomía de un órgano de difusión se nade sin duda por el porcentaje de ingresos provenientes de la publicidad y de la asistencia estatal (bajo la forma de publicidad o de subvenciones) y también por el grado de concentración de anunciantes. El grado de autonomía de un periodista particular depende, en principio, del grado de concentración de la prensa (que, al reducir el número de empleadores potenciales, aumenta la inseguridad del empleo); en segundo lugar, de la posición de su diario en el espacio de los diarios, es decir, más o menos cerca del polo ¨intelectual¨ o del polo «comercial»; luego, de su posición en el diario o el medio de prensa (miembro de la redacción o colaborador ocasional, etcétera) que determina las diferentes garantías estatutarias (asociadas, sobre todo, a la notoriedad) de las que dispone, y también su salario (factor de menor vulnerabilidad frente a las formas sutiles de relaciones públicas y de menor dependencia respecto de los trabajos de subsistencia o mercenarios a través de los cuales se ejerce el dominio de los comanditarios); y, finalmente, depende de su capacidad de producción autónoma de la información (algunos periodistas, como los que se ocupan de la divulgación científica o los periodistas económicos son particularmente dependientes). Resulta claro, en efecto, que los distintos poderes y, en particular, las instancias gubernamentales, actúan no sólo a través de las restricciones económicas que están en condiciones de ejercer sino también a través de todas las presiones autorizadas por el monopolio de la información legítima –originado, especialmente, en las fuentes oficiales-. Este monopolio otorga a las autoridades gubernamentales y a la administración (la policía, por ejemplo) pero también a las autoridades jurídicas, científicas, etcétera, las armas para la lucha que las enfrenta a los periodistas y en la que ellas tratan de manipular las informaciones o los agentes encargados de transmitirlas mientras que la prensa, por su parte, intenta manipular a los poseedores de la información para tratar de obtenerla y de asegurarse su exclusividad. Sin olvidar el poder simbólico excepcional que confiere a las grandes autoridades del Estado la capacidad de definir, a través de sus acciones, sus decisiones y sus intervenciones en el campo periodístico (entrevistas, conferencias de prensa, etcétera) el orden del día y la jerarquía de los acontecimientos que se imponen a los periódicos.
ALGUNAS PROPIEDADES DEL CAMPO PERIODISTICO
Para comprender cómo contribuye el campo periodístico a reforzar, en el seno de todos los campos, lo ¨comercial¨ en detrimento de lo «puro», los productores más susceptibles a la seducción de los poderes económicos y políticos en desmedro de los productores más comprometidos con la defensa de los principios y valores del «oficio», es necesario advertir que este campo se organiza según una estructura homólogo a la de los otros campos y que, a la vez, el peso de lo «comercial» es aquí mucho más importante.
El campo periodístico se constituyó como tal en el siglo XIX alrededor de la oposición entre los periódicos que ofrecían sobre todo «noticias«, preferentemente ¨sensacionales¨ o mejor «sensacionalistas«, y los que proponían análisis y «comentarios» preocupados por marcar su distinción con respecto a los primeros a través de la afirmación explícita de valores de ¨objetividad¨.[2] Es el lugar de una oposición entre dos lógicas y dos principios de legitimación: el reconocimiento por los pares, acordado a los que reconocen más plenamente los `valores» o los principios internos, y el reconocimiento por la mayoría, materializado en el número de entradas, de lectores, de oyentes o espectadores, y por ende las cifras de venta (best-sellers) y el beneficio económico. La sanción del plebiscito democrático está así inseparablemente ligada, en este caso, al veredicto del mercado.
Al igual que el campo literario o el campo artístico, el campo periodístico es, entonces, el lugar de una lógica específica, cultural, que se impone a los periodistas a través de las deterninaciones y controles cruzados que pesan sobre unos y otros y cuya observancia (a veces designada como deontología) funda las reputaciones de honorabilidad profesional. En realidad, fuera de ellos puede haber «reacomodamientos» cuyo valor y significación dependen de la posición en el campo de aquellos que las producen y a la vez resultan beneficiarios de ellos. En este caso hay pocas sanciones positivas relativamente indiscutibles; las sanciones negativas contra el que omite citar sus fuentes, por ejemplo, son casi inexistentes -aun cuando se tiende a no citar una fuente periodística, sobre todo cuando se trata de un órgano menor, a menos que sea necesario desligarse de una posible responsabilidad penal-.
Pero, del mismo modo que el campo político y el campo económico y mucho más que el campo científico, artístico o literario o aun el jurídico, el campo periodístico es sometido permanentemente a la prueba de los veredictos del mercado a través de la sanción directa de la clientela, o indirecta del Audimat [3] (aun cuando la asistencia del Estado pueda garantizar una cierta independencia respecto de las determinaciones inmediatas del mercado). Y los periodistas tienen una tendencia mayor, sin duda, a adoptar el «criterio Audimat» en la producción (¨simplificar¨ «acorta?, etcétera) o en la evaluación de los productos y aun de los productores (¨sale bien en la televisión», «se vende bien», etcétera) cuanto más elevada es la posición que ocupan (director de un canal de televisión, jefe de redacción, etcétera) en un órgano más directamente dependiente del mercado (un canal de televisión comercial por oposición a uno cultural, etcétera). Por el contrario, los periodistas jóvenes y menos establecidos tienden más a oponer los principios y valores del «oficio» a las exigencias más realistas o más cínicas de sus «mayores». [4]
Dentro de la lógica especifica de un campo orientado hacia la producción de este bien altamente perecedero que son las noticias, la competencia por la clientela tiende a conformarse como una competencia por la prioridad, es decir, por las noticias más nuevas (la primicia) -y esto es tanto más evidente cuanto más cerca se está del polo comercial-. La determinación del mercado se ejerce a través de la intermediación del efecto de campo: efectivamente, gran cantidad de estas primicias, que son buscadas y valoradas como logros en la conquista de la clientela, están destinadas a ser ignoradas por los lectores o espectadores y a ser percibidas solamente por los competidores (ya que los periodistas son los únicos que leen todos los diarios … ). Inscripta en la estructura y los mecanismos del campo, la competencia por la prioridad convoca y favorece a los agentes dotados de disposiciones profesionales tendientes a ubicar toda la práctica periodística bajo el signo de la velocidad (o de la precipitación) y de la renovación permanente.[5] Disposiciones reforzadas incesantemente por la temporalidad misma de la práctica periodística que, al obligarlos a vivir y a pensar al día y a valorar una información en función de su actualidad (es el síndrome de la adicción a la actualidad de los noticieros de televisión) favorecen una suerte de amnesia permanente, que es el revés negativo de la exaltación de la novedad, y también una propensión a juzgar los productores y los productos según la oposición de lo ¨nuevo¨ y lo «pasado». [6]
Otro efecto de campo absolutamente paradójico y poco favorable a la afirmación de la autonomía colectiva o individual: la competencia incita a ejercer una vigilancia permanente (que puede llegar incluso al espionaje recíproco) sobre las actividades de los competidores a fin de sacar provecho de sus fracasos, evitando sus errores, y de contrarrestar sus éxitos tratando de tomar prestados los supuestos instrumentos de su éxito (temas de números especiales que el competidor se siente obligado a retomar, libros reseñados por otros y de los que no se puede no hablar, invitados que hay que tener, asuntos que hay que «cubrir» porque otros los han descubierto y hasta periodistas que se disputan ya sea para impedir que los tenga la competencia o por el deseo real de poseerlos). Es así que en este terreno como en otros, la competencia, lejos de ser automáticamente generadora de originalidad y de diversidad, tiende a menudo a favorecer la uniformidad de la oferta, como se puede ver fácilmente comparando los contenidos de los grandes semanarios o de las radios y canales de mayor audiencia. Pero este poderoso mecanismo produce también el efecto de imponerle insidiosamente al conjunto del campo las «elecciones» de los instrumentos de difusión más directa y completamente sumisos frente a los veredictos del mercado (como la televisión) lo que contribuye a orientar toda la producción en el sentido de la conservación de los valores establecidos, tal como lo atestigua, por ejemplo, el hecho de que las periódicas listas de consagrados a través de las cuales los intelectuales-periodistas tratan de imponer su visión del campo (y, con un «rebote» favorable, el reconocimiento de sus pares … ) yuxtaponen casi siempre autores de productos culturales altamente perecederos y destinados a figurar -gracias a su apoyo- durante algunas semanas en la lista de best-sellers, y autores consagrados que son al mismo tiempo ¨valores seguros¨ apropiados para consagrar el buen gusto dejos que los consagran y también, en tanto clásicos, best-seller a largo plazo. Es decir que aun cuando su eficiencia se alcanza siempre a través de acciones de personas individuales, los mecanismos que tienen lugar en el campo periodístico y los efectos que ellos ejercen sobre los otros campos son determinados en su intensidad y orientación por la estructura que lo caracteriza.
LOS EFECTOS DE LA INTRUSION
La influencia que ejerce el campo periodístico tiende a reforzar en todos los campos a los agentes e instituciones próximos al polo más sometido al efecto del número y del mercado. Este efecto se ejerce con mayor intensidad en la medida en que los campos que lo sufren están más estrechamente sometidos a esta lógica, desde el punto de vista estructural, y en que el campo periodístico que lo ejerce esté también más sometido, en la coyuntura, a las determinaciones externas que, estructuralmente, lo afectan más que a los otros campos de la producción cultural. Hoy, por ejemplo, se observa que las sanciones internas tienden a perder su fuerza simbólica y que los periodistas y los diarios «serios» pierden su aura y se ven forzados a hacer concesiones a la lógica del mercado y del marketing introducida por la televisión comercial, y a este nuevo principio de legitimidad que es la consagración del número y la «visibilidad mediática», capaces (le conferirles a ciertos productos (culturales o aun políticos) o a ciertos «productores», el sustituto aparentemente democrático de las sanciones especificas impuestas por los campos especializados. Ciertos «análisis» de la televisión han debido su éxito entre los periodistas -sobre todo los más sensibles al efecto del Audimat- al hecho de que confieren una legitimidad democrática a la lógica comercial cuando se contentan con plantear en términos de política, y por ende de plebiscito, un problema de producción y de difusión culturales.[7]
Así, el refuerzo de la influencia de un campo periodístico cada vez más sometido a la dominación directa o indirecta de la lógica comercial, tiende a amenazar la autonomía de los diferentes campos de producción cultural reforzando en el interior de cada tino de ellos, a los agentes o las empresas que son más susceptibles de ceder a la seducción de los beneficios ¨externos¨ porque son menos ricos en capital específico (científico, literario, etcétera) y tienen menos seguridad de los beneficios específicos que el campo les garantiza en lo inmediato o en un mediano o largo plazo.
La influencia del campo periodístico sobre los campos de la producción cultural (en especial en filosofía y en las ciencias sociales) se ejerce principalmente a través de la intervención de productores culturales situados en un lugar incierto entre el campo periodístico y los campos especializados (literario o filosófico, etcétera). Estos «intelectuales-periodistas»,[8] que se valen de su doble pertenencia para esquivar las exigencias específicas de los dos universos o para importar en cada uno de ellos ciertos poderes más o menos bien adquiridos en el otro, están en condiciones de ejercer dos efectos capitales: por un lado, introducir nuevas formas de producción cultural, situadas en un territorio ambiguo mal definido entre el esoterismo universitario y el exoterismo periodístico; por otro, imponer -especialmente a través de sus juicios críticos-principios de evaluación de las producciones culturales que, al ratificar las sanciones del mercado con una apariencia de autoridad intelectual y al reforzar la inclinación espontánea de ciertas categorías de consumidores a la alodoxia, tienden a reforzar el efecto de Audimat o de lista de best-sellers sobre la recepción de los productos culturales y también, indirectamente y en forma diferida, sobre la producción, orientando las elecciones (de los editores, por ejemplo) hacia los productos menos exigentes y más vendibles.
Y, además, pueden contar con el apoyo de aquellos que -puesto que identifican la ¨objetividad¨ con una suerte de cortesía y de neutralidad ecléctica respecto de todas las partes involucradas- toman a productos de la cultura media por obras de vanguardia o que denigran las búsquedas de la vanguardia (y no solamente en el arte) en nombre de los valores del sentido común.[9] Pero estos últimos pueden contar, a su vez, con la aprobación o aun la complicidad de todos los consumidores que, como ellos, son proclives a la alodoxia por su distancia del «centro de los valores culturales» y por su interesada propensión a disimularse a sí mismos los límites de sus capacidades de apropiación -según la lógica de la self-deception que evoca elocuentemente la fórmula a menudo empleada por los lectores de revistas de divulgación: «es una revista científica de muy alto nivel y accesible a todos¨-.
De este modo pueden llegar a verse amenazadas conquistas que han sido posibles gracias a la autonomía del campo y a su capacidad de resistir frente a las exigencias mundanas, las que hoy simboliza el Audimat y que los escritores del siglo pasado atacaban expresamente cuando se rebelaban contra la idea de que el arte (podría decirse lo mismo de la ciencia) pudiera ser sometido al veredicto del sufragio universal. Frente a esta amenaza, es posible seguir dos estrategias que son más o menos frecuentes según los campos y su grado de autonomía: marcar firmemente los límites del campo y tratar de restaurar las fronteras amenazadas por la intrusión del modo de pensar y de actuar del periodismo, o salir de la torre de marfil (según el modelo inaugurado por Zolá) para imponer los valores surgidos del retiro en la torre de marfil y valerse de todos los medios disponibles, en los campos especializados o fuera de ellos y en el seno del campo periodístico «sino, para tratar de imponer en el exterior los logros y las conquistas posibilitadas por la autonomía.
Existen condiciones económicas y culturales de acceso a un juicio científico esclarecido y no se le podría pedir al sufragio universal (o al sondeo) que dirimiera problemas de ciencia (aunque lo haga a veces indirectamente y sin saberlo) sin anular al mismo tiempo las condiciones mismas de la producción científica, es decir, la barrera que protege la entrada del territorio científico (o artístico) contra la irrupción destructiva de principios de producción y evaluación externos y, por lo tanto, impropios o desplazados. Pero no debemos concluir que la barrera no pueda ser franqueada en el otro sentido y que sea intrínsecamente imposible trabajar en una redistribución democrática de las conquistas hechas posibles por la autonomía. Y esto siempre y cuando se perciba claramente que toda acción tendiente a divulgar los logros más excepcionales de la investigación científica o artística más avanzada supone el cuestionamiento del monopolio de los instrumentos de difusión de esta información (científica o artística) en poder del campo periodístico. También supone hacer la crítica de la representación de las expectativas de la mayoría, construidas por la demagogia comercial de aquellos que tienen los medios para interponerse entre los productores culturales (entre los que se puede contar, en este caso, a los políticos) y la gran masa de consumidores.
La distancia entre los productores profesionales (o sus productos) y los simples consumidores (lectores, oyentes, espectadores y también electores) que se funda sobre la autonomía de los campos de producción especializados, es, según los campos, más o menos grande, más o menos difícil de superar y más o menos inaceptable, desde el punto de vista democrático. Y, contrariamente a las apariencias, se la observa también en el orden de la política, cuyos principios declarados ella contradice. Aunque los agentes comprometidos en el campo periodístico y en el campo político participen de una relación de competencia y lucha permanente y aunque el campo periodístico esté, en cierto modo, englobado dentro del campo político (en el seno del cual ejerce efectos muy poderosos), estos dos campos comparten el hecho de estar sujetos muy directa y estrechamente al imperio de la sanción del mercado y del plebiscito. Esto implica que la influencia del campo periodístico refuerza las tendencias de los agentes comprometidos en el campo político a someterse a la presión de las expectativas y exigencias de la mayoría, exigencias a veces pasionales e irreflexivas, y a menudo constituidas en reivindicaciones movilizadoras gracias a la expresión que reciben en la prensa.
Excepto en el caso en que hace uso de las libertades y poderes críticos garantizados por su autonomía, la prensa, sobre todo la televisiva (y comercial), actúa en el mismo sentido que el sondeo, con el que ella misma debe contar: aunque pueda servir también de instrumento de demagogia racional tendiente a reforzar la clausura del campo político sobre sí mismo, el sondeo instaura con los electores una relación directa, sin mediación, que deja fuera de juego a todos los agentes individuales o colectivos (tales como los partidos o los sindicatos) socialmente mandatados para elaborar y proponer opiniones constituidas. Despoja a todos los mandatarios y portavoces, de su pretensión (compartida por los grandes editorialistas del pasado) del monopolio de la expresión legítima de la «opinión pública» y, al mismo, tiempo, de su capacidad de trabajo en tina elaboración critica (y a veces colectiva, como en las asambleas legislativas) de las opiniones reales o supuestas de sus mandantes.
Todo esto hace que la influencia siempre en aumento de un campo periodístico sometido, a su vez, a una influencia creciente de la lógica comercial sobre un campo político permanentemente acosado por la tentación de la demagogia (especialmente en un momento en que el sondeo le ofrece el medio para ejercerla de manera racional) contribuya a debilitar la autonomía del campo político y, por eso mismo, la capacidad acordada a los representantes (políticos u otros) para invocar su competencia de expertos o su autoridad de guardianes de los valores colectivos.
¿Cómo no evocar, para terminar, los casos de los juristas que, al precio de una «hipocresía piadosa», están en condiciones de perpetuar la creencia de que sus veredictos se fundan no en determinaciones externas, especialmente económicas, sino en las normas trascendentes que ellos custodian? El campo jurídico ya no es lo que cree ser, esto es, un universo puro, libre de todo compromiso con las necesidades de la política o de la economía. Pero el hecho de que llegue a hacerse reconocer como tal, contribuye a producir efectos sociales efectivamente reales y, en primer lugar, sobre aquellos cuya tarea es dictar justicia. Pero ¿qué sucederá con los juristas, encarnaciones más o menos sinceras de la hipocresía colectiva, si se vuelve público y notorio que, lejos de obedecer a verdades y valores trascendentes y universales, son atravesados –como todos los demás agentes sociales– por determinaciones como las que, alterando los procedimientos y las jerarquías, hacen pesar sobre ellos la presión de las necesidades económicas o la seducción del éxito periodístico?
PEQUEÑO POST-SCRIPTUM NORMATIVO
Develar las determinaciones ocultas que pesan sobre los periodistas y que ellos, a su vez, hacen pesar sobre todos los productores culturales, no es (¿hace falta decirlo?) denunciar responsables, señalar culpables.[10] Es tratar de ofrecer a unos y otros una posibilidad de liberarse, a través de la toma de conciencia, del influjo de estos mecanismos y proponer, quizás, el programa de una acción concertada entre artistas, escritores, científicos y periodistas, poseedores del (cuasi)monopolio de los medios de difusión. Solo una colaboración de este tipo permitiría trabajar eficazmente en la divulgación de las conquistas más universales de la investigación y también en la universalización práctica de las condiciones de acceso a lo universal.
DEL CASO POLICIAL A LA CUESTIÓN DE ESTADO
Es posible hacerse una idea de la contribución del periodismo a la génesis de una opinión activa y eficiente a través del seguimiento del desarrollo cronológico de un caso, ciertamente bastante banal, como el «caso de la pequeña Karine», simple hecho policial destinado a quedar confinado en el rubro local de un periódico regional, que poco a poco se vio transformado en una verdadera cuestión de Estado por un trabajo de constitución de una opinión colectiva, pública y legítima, finalmente ratificada por tina ley (la ley de reclusión perpetua).
El punto de partida: en un pequeño periódico local, L´Indépendant de Perpignan el anuncio de la desaparición de la pequeña (15 de septiembre); la ¨apelación patética» de su madre (16 de septiembre); la apelación del padre a «sus amigos¨ (19 de septiembre); la alusión a un «sospechoso», amigo de la familia con antecedentes penales «condenado dos veces en la cámara criminal (20 de septiembre); la confesión del asesino (22 de septiembre). Mas tarde, el 23 de septiembre, un cambio de regístro: una declaración del padre de la víctima exigiendo el restablecimiento de la pena de muerte acompañada por una declaración en el mismo sentido de padrino de Karine y un editorial que sugiere que los antecedentes del asesino «deberían haber acarreado medidas definitivas para impedir la reincidencia». El 25, una convocatoria de la familia a manifestar en favor de un proyecto de ley para agravar las penas para violadores y asesinos de niños; el anuncio de la creación de una Asociación de amigos de los padres de Karine en un pequeño pueblo vecino y de una apelación al ministro del Interior en otro. El 26, manifestación con pancartas reclamando el restablecimiento de la pena de muerte o de reclusión perpetua. La Dépeche de Toulouse sigue más o menos el mismo movimiento, pero un editorial del 26 alude «a aquel que sigue siendo uno de nosotros» y llama a la moderación. El 27 de septiembre, L´Indépendant anuncia que el gobierno va a presentar en el período de sesiones de otoño un proyecto de ley que reforzará la regla de ejecución de la pena para los autores de asesinatos de niños. Intervienen los políticos: primero, miembros del Frente Nacional; más tarde, de otros partidos (en particular el alcalde socialista de Perpignan).
A partir de esta fecha el debate pasa a escala nacional. L´Indépendant del 6 de octubre anuncia que la Asociación Karine, que se ha procurado un abogado, se constituye en parte querellante en todos los casos, convoca a tina manifestación y reclama a la población el envío de cartas a los diputados; el 8 de octubre se informa que la Asociación es recibida por el ministro de justicia; el 9, que convoca a una movilización; el 10, que ha tenido lugar una manifestación por una «verdadera perpetuidad». El 16, otra manifestación en Montpellier; el 25, un debate que reúne a dos mil setecientos adherentes. El 28, nueva audiencia con el ministro de justicia. El 30 de octubre 137 diputados de derecha reclaman el restablecimiento de la pena capital. El 17 de noviembre interviene, necesariamente, la televisión con el programa de Charles Villeneuve llamado «El jurado de honor» al que son invitados ¨la mamá de Karine y la Sra. Nicolau¨ y también el ministro de justicia, representantes de asociaciones y abogados para debatir la cuestión: «¿Qué hacemos con los asesinos de nuestros hijos?», interrogante en el que cada palabra es un llamado a la identificación vindicativa. Los diarios parisinos intervienen bastante tarde y bastante tibiamente. Con la excepción de Le Figaro: desde fines de septiembre, da la palabra a un abogado, autor de Ces enfants qu´on assassine (Esos niños que asesinamos) que reclama terminar con la indulgencia y convoca a un referendum a la vez que toma posición permanentemente en favor de la reforma de la ley (como Le Quotidien de Paris). El anuncio, el 4 de noviembre, de que el Consejo de ministros ha decidido adoptar un proyecto de ley que instaura la pena de reclusión a perpetuidad, desencadena la protesta generalizada de las principales organizaciones de magistrados y un colegio de abogados indica que «en la persecución de un fin mediático, el proyecto se opone a la serenidad de un trabajo legislativo» (La Croix, 4 de noviembre).
Así, por lo menos en la fase inicial, los periodistas han jugado un papel determinante: al darle la posibilidad de acceder a la expresión pública, han transformado un impulso de indignación privada y destinada a la impotencia reiterada, en un llamado público -publicado y por lo tanto hecho lícito y legitimado- a la venganza y a la movilización. Un llamado que ha sido el origen de un movimiento de protesta pública y organizada (manifestaciones, solicitadas, etcétera). Y la brevedad del plazo (menos de cuatro meses) entre la desaparición de la pequeña y la decisión legislativa de restablecer la reclusión perpetua, tiene el mérito de hacer aparecer los efectos que los periodistas pueden producir cada vez que, por la única virtud de la publicación -en tanto divulgación que implica ratificación y oficialización- atizan o movilizan pulsiones. Y tal como lo muestra la intervención de la televisión en este caso, la sumisión al Audimat y a la lógica de la competencia por las partes del mercado, que lleva a adular las expectativas más difundidas, no puede sino reforzar la propensión a dejar jugar libremente los efectos ignorados de la publicación, y aun a intensificarlos a través de la excitación demagógica de las pasiones primarias. La responsabilidad de los periodistas reside, sin duda, en el dejarse llevar de la irresponsabilidad que los conduce a producir, sin saberlo, efectos no queridos en nombre de un derecho a la información que, constituido en principisacrosanto de la democracia, proporciona, a veces, a la demagogia su mejor coartada.
[1] Se podría llegar a esta convicción con la lectura de la obra de Jean Marie Goulemont y Daniel Oster, Gens de lettres Ecrivains et Bohemes, donde se encontrarán numerosos ejemplos de las observaciones y notaciones constitutivas de la sociología espontánea del medio literario producida por escritores, sin adherir por ello a sus principios, sobre todo en sus esfuerzos por objetivar a sus adversarios o al conjunto de lo que les disgusta en el campo literario (cf. J. M. Goulemont et D. Oster, Gens de lettres, Ecrivains et Bohemes, París, Minerve, 1992). Pero la intuición de las homologías también puede leer entre líneas, en un análisis del funcionamiento del campo literario en el siglo pasado. una descripción de los funcionamientos ocultos del campo literario actual (como lo ha hecho Philippe Murray. «Des régles de l’art aux coulisses de sa misére», Art Press, 186, juin 1993, p. 55-67).
[2] Sobre la emergencia de la idea de «objetividad» en el periodismo americano como producto del esfuerzo que los periódicos cuidadosos de su respetabilidad han hecho para distinguir la información del simple relato de la prensa popular, ver M. Schudson, Discovering the news, New York, Basic Books, 1978. Sobre la oposición entre periodistas orientados hacia el campo literario y preocupados por la escritura, y periodistas orientados hacia el campo político, y su contribución –en el caso de Francia- a este proceso de diferenciación y a la invención de un ¨oficio¨ propio (como, por ejemplo, el de reportero) se podrá consultar T. Ferenczi, L´invention du journalisme en France: naissance de la presse moderne a la fin du XIXeme siecle, París. Plon, 1993. Sobre la forma que adquiere esta oposición en el campo de los periódicos y semanarios franceses, y sobre su relación con las diferentes categorías de lecturas y lectores, ver P. Bourdieu, La Distinction, Critique sociale du jugement de gout, París, Editions de Minuit, 1979, p. 517-526 (Hay traducción española: La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1988).
[3] Sistema de medición de audiencia (N. de la T.).
[4] Al igual que en el campo literario, la jerarquía según el criterio externo, el éxito de venta, es casi la inversa de la jerarquía según el criterio interno, el periodismo «serio». Y la complejidad de esta distribución según una estructura quiasmática (que es también la del campo literario, artístico o jurídico) es duplicada por el hecho de que se encuentra funcionando a la manera de un sub-campo, en el interior de cada órgano de prensa escrita, radiofónica o televisiva, la oposición entre un polo ¨cultural¨ y un polo ¨comercial¨ que organiza el conjunto del campo de tal modo que estamos frente a una serie de estructuras encajadas (del tipo a:b::b1:b2).
[5] A través de las determinaciones temporales, a menudo impuestas de manera totalmente arbitraria, se ejerce la censura estructural, prácticamente inadvertida, que pesa sobre las intervenciones de los invitados en la televisión.
[6] Si la afirmación «ya pasó. ya está superado puede cumplir hoy tan frecuentemente, y mucho más allá del campo periodístico, la función de toda una argumentación crítica, es también porque los apresurados pretendientes tienen un interés evidente en poner en funcionamiento este principio de evaluación que confiere una ventaja indiscutible al recién llegado, es decir al más joven y que, al ser reductible a algo semejante a la oposición casi vacía entre el antes y el después, los exime de pasar una prueba.
[7] Baste con enunciar ciertos problemas del periodista (como la elección entre TF1 y Arte) en un lenguaje que podría ser el del periodismo: «Cultura y televisión: entre la cohabitación y el apartheid¨ (D. Wolton, Eloge du grand public, París, Flammarion, 1990, p. 163). Permítaseme decir, de paso, para intentar justificar lo que puede haber de arduo y hasta trabajoso en el análisis científico, hasta qué punto se impone como condición la ruptura con las preconstrucciones y los presupuestos del lenguaje ordinario, y particularmente periodístico, para la construcción adecuada del objeto.
[N. de la T.: TF1 es el representante más popular de la televisión comercial francesa, comparable estética e ideológicamente a Canal 9 o Telefé en nuestro dio, mientras que Arte, como su nombre permite pechar, es una emisora pública financiada por la E, dedicada exclusivamente a temas culturales.]
[8] Habría que poner aparte, en el interior de esta categoría de fronteras difusas, a los productores culturales que, según una tradición instaurada a partir la aparición de una producción -industrial» en materia de cultura, reclaman al oficio periodístico medios de subsistencia y no poderes (de control o de consagración, especialmente) susceptibles de ser sobre los campos especializados (efecto Jdanov).
[9] Es prácticamente imposible establecer distinciones entre muchas de las manifestaciones recientes arte moderno a menos que se tomen en cuenta, quizás, las pretensiones de sus expectativas, de los -edictos que se obtendrían si se sometiera el arte vanguardia a un plebiscito o, lo que es lo mismo, a un sondeo de opinión.
[10] Para evitar el efecto de ¨sujeción¨ o de caricatura que se corre el riesgo de suscitar cuando se publican literalmente declaraciones grabadas o textos impresos, muchas veces tuvimos que renunciar a reproducir documentos que habrían aportado toda su fuerza a nuestras demostraciones y que, por otra parte, (por efecto de la singularización que anula su carácter banal al atrancarlo del contexto familiar) habrían evocado en el lector todos los ejemplos equivalentes que la rutina de la mirada común deja escapar.
[11] Esta representación se caracteriza por el inmutable calendario anual de los encuentros entre periodistas como lo muestra el artículo de A. Cojean, “La tribu desmarchandese D´images”, Le Monde, lunes 14 de octubre de 1996: “…enero en los Estados Unidos (el muy norteamericano Naipe en Las Vegas o en New Orleáns), febrero en Montecarlo (Festival y Mercado), abril en Cannes (MIP) junio en Budapest (para los compradores de los países del Este), octubre en Cannes (MIP com), diciembre en Hong Kong (NIP / Asia)”.