
No lo conocí pero igual lo quería, porque desde el gordo Zorbas de Hamburgo, que compartí con tantas amistades, se me metió al alma, desde que le decía a mis amigas, «qué manera de quitarme los maullidos de la boca»; y luego, el viejo que leía historias de amor y el mundo del fin del mundo y el conocer al Taibo 2 y de ahí, encontrar en un aeropuerto Nombre de torero y más, incluso, enterarme que fue amigo de Chatwin, me hacía quererlo cada vez un poquito más, intuirlo un tipazo y con Patagonia Express supe de sus años de cárcel en la infame prisión de Temuco, por el más infame gobierno de Pinochet, supe de sus viajes, de sus amigos y se convirtió en el chileno que más quise, después de Marta Bulnes.
El cóvid (ponerle artíclo femenino me parece horrible, no digo la sarampión, por ejemplo) lo mató el 16 de abril y a mí me dejó llorando, como dejó a muchos de los que lo queríamos y hoy lo despido con un párrafo de despedida de Patagonia Express, en un viaje a la Amazonía. En ese párrafo también está mi solidaridad con los indígenas amazónicos, mis amigos, a los que sí conozco, que están enfermos, que están sanando, que han perdido a sus seres queridos, y a los que no conozco y están pasando la misma situación de mierda, porque esta enfermedad es una enfermedad de mierda que, como dijo mi amigo Roberto Zariquiey, nos muestra la exclusión y la pobreza.
El párrafo de Luis Sepúlveda es este:
«Nos vemos, man. No necesito decirle que vuelva. Usted también tiene la Amazonia metida dentro y no puede vivir sin ella. Cuando se trate de joder a los hijos de puta que la destrozan, ya sabe dónde me encuentra.»
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