Me he acostumbrado a viajar de vacaciones en julio. Esta vez fui con mis hijas, una amiga y sus dos hijos a Cusco y Puerto Maldonado.
Mi gran amiga Margarita Huayhua me dio valiosísimas ideas para Cusco, como los helados en Santa Catalina Ancha, la alpaca a la parrilla en la plaza de Armas, el café Extra al costado del hotel Monasterio, donde va la «crema y nata» de los viejos indigenistas cusqueños. Margarita también me dio sugerencias por si queríamos ver la vida de campo, como teníamos pocos días no nos fue posible ir a Huilloc Patachanca o ver el gran mercado dominical de Combapata. Lo que sí hicimos fue un picnic en el Vilcanota, un almuerzo con cuyes al horno en Tipón y un paseo por el lago Lucre en botecito, que tenía como música de fondo: «yojo, yojo piratas siempre ser» en la voz de mi hija Ana Claudia.
En la plaza de Armas me encontré con dos novedades una muy grata para mi; la otra, para mis hijas: la primera (grata para mi), mi cafetería preferida, el Ayllu, tiene ahora un restaurante en el segundo piso donde los platos son geniales; la segunda (gratísima para mis hijas), se ha abierto un Bembos en Cusco donde hicimos una colaza para comprarles hamburguesas a los críos. (a pesar de lo lleno del local tuve allí también un momento agradable al encontrarme con Severo Cuba de Tarea que también compraba una hamburguesa a su hijo).
Cuando le escribí a mi amigo Fritz Villasante para preguntarle sobre el viaje por tierra hasta Puerto Maldonado, me contó que hace más de quince años, cuando hacía esa ruta, el viaje tomaba no menos de cuatro días, en el mejor de los casos, y que fácilmente el viaje podía durar hasta quince días. Ahora, en cambio, ese recorrido se hace en dieciocho horas. El correo de Fritz me animó a probar esa ruta.
Si bien es un viaje pesado, me gustó. El bus no es el más cómodo pues no tiene calefacción, necesaria allí en las alturas, tampoco cuenta con baño, el dvd no funciona, los “puntos de lectura”, menos y las canciones se repiten una y mil veces. Sin duda, un transporte más cómodo haría el viaje infinitamente más llevadero pero, a pesar de todos estos inconvenientes, yo lo he disfrutado y los chicos no han protestado.
Se parte del terminal más o menos a la hora indicada, las cuatro de la tarde. Un poco más de las seis, se está en Urcos. Allí una señora muy amable llega con la cena: un arroz con pollo, muy bueno aunque picante y un matecito que me calentó hasta el alma. Luego sigue el viaje y se va viendo en nevado más y más cerca. Hace frío y a mi costado hay una pareja de esposos que tienen una frazada y que nunca me han visto en mi vida pero me dicen, muy gentilmente, que me prestan su frazada para tapar a los niños. Esa amabilidad es constante en el bus. Se aprecia una, dos, varias veces.
Comienza a amanecer y ya estamos en la selva. El paisaje es completamente diferente. Es un todo verde cortado varias veces, deforestado para la crianza de un ganado flacuchento.
El viaje ha sido largo y al fin hemos llegado. Dicen que cuando la interoceánica esté hecha, será más corto y «los buses más cómodos porque habrá más turistas» como si la comodidad no fuera un derecho también para los lugareños. No sé cuánto cambiará esto cuando la carretera se haya construido. Quizá se llene de restaurantes, grifos y demás. No sé. Me da miedo
¡Qué grato me ha resultado el relato de tus vacaciones, Nila! Tengo muchas ganas de conocer Perú, probablemente lo haga algún día.
Espero que hayas encontrado todo bien a tu regreso.
han sido unas vacaciones geniales,sitios bonitos y la mejor compañia
un beso