Cuando era bebe, mi tío Enrique era un joven médico que trabajaba en el hospital “Dos de Mayo” y desde Magdalena, la casa de la Mamá Luz, que hoy es un edificio de muchos pisos, me llevaba en bicicleta hasta su centro de trabajo, con mi bolsa de pañales y le decía a todos que yo era su hijita. Había monjas en el hospital que me lavaban los pañales y me los cambiaban. Mí tío Enrique me adoraba, antes de que yo aprenda a adorarlo a él. Lo conocí bien, curando a todos los pobres, sin cobrarles, regalándoles sus medicinas, tomando un pisquito y enseñándome a comer pan con pejerrey arrebosado. A los 14 años, me dolió el abdomen, fue en el hospital donde me tomaron las radiografías y en la clínica Belén donde me extirparon el apéndice. Mi tío Enrique, llevaba yeso para enyesarme las múltiples caídas que esta chica loca convertía en fracturas… Curaba mi asma. Pero no era solo mi médico. Era una persona amante de la literatura: Guy de Maupassant, Stefan Zweig, me fueron presentados, como muchos otros por él, junto a un pisquito, el puro por excelencia. Era un honor, escucharlo recitar a Lorca de memoria o hablarte de los clásicos rusos. Ese era mi tío Enrique, el hombre con la sensibilidad de las palabras. Un día me dijo que “murciélago” en italiano se decía “pipistrello” y que un animal con ese nombre no podía ser feo… Mi tío Enrique era un humanista, además del mejor médico, me enseñó de literatura, de humanidad, de camparis, de saberes y quereres… Mi corazón sigue en duelo. Me hace mucha falta el gran Enrique Vigil Martínez
A tal señor tal honor
Muchas gracias.